Siempre lo sentí, lo sabía y nunca nadie me lo dijo. ¿Cómo sucedió esto? realmente no lo se. Lo cierto es que el momento de mi entrega, el momento en que fui abandonada, lo viví y dejó un profundo dolor en mi corazón. Dolor que tarde mucho tiempo en entender y sanar.
Fui una niña feliz en compañía de mis padres, crecí como hija única, tal vez, sobre protegida y mimada, así fue mi vida. Aún así en muchos momentos, cuando estaba a solas me llegaba una gran angustia y ansiedad que apenas hoy entiendo claramente. Esa ansiedad de no saber porque siempre me sentí fuera de lugar, que no encajaba, ¡me deba tanta desesperación! ¡sentirlo me ponía siempre de malas! Después llegaban esos preciados momentos con mi Papás y todo desaparecía otra vez ¡me sentía feliz! Así fue que paso la vida, los años.
Había momentos en los que mis pensamientos me daban escalofríos, por ejemplo, veía a mi Mamá y pensaba, “yo no salí de ahí”. Ocasionalmente veía a mis Papás y las fotos familiares y no comprendía a quién me parecía, me preguntaba ¿mis ojos y mi nariz de donde salieron? Lo más difícil era no hablar con ellos de esto que sentía, era como tener una bomba siempre a punto de explotar dentro de mi. Constantemente tenía esa duda, en alguna ocasión hasta saqué la conclusión de mi origen, que por cierto resultó ser acertada, y lo peor es que no podía hablar de esto con nadie. Dentro de mi era imposible considerar hablar con mis Papás del tema, de mis sospechas, claro, no quería que ellos se sintieran mal o defraudados de mi. Con todo esto la adolescencia fue muy difícil para mi.
Yo siento que crecí sin tener un sentido de pertenencia, y lo voy a tratar de explicar; Yo sabía que era su hija y al mismo tiempo no sentía que fuera yo su hija. Era muy feliz mientras que lloraba por las noches frecuentemente. Vivía en un hogar tranquilo y amoroso, sin embargo ¡vivía angustiada!
Los años pasaron y fui mamá, yo era la más feliz del mundo al poder abrazar a mis bebes, y confieso que a veces los hacía llorar de tantos besos, los veía crecer y pensaba yo que tal vez ellos tendrían la misma duda que yo tuve y se preguntarían si yo era realmente su Mamá, en ese mismo momento tome la decisión y fui a preguntarles para evitar que ellos vivieran con esa duda. Cuando el mayor tenía 7 u 8 años le pregunté “Ian, ¿tu estas seguro de que yo soy tu Mamá?” Mi hijo me volteo a ver tan extrañado y me dijo, “¡pues claro! ¿Qué te pasa Mamá?”. Cuando mi hija creció también le pregunte, “Sarah ¿Sientes tu que yo soy tu Mamá?” Con la misma mirada que Ian me contestó antes me dijo “¡ay mamá que te pasa! ¡Pues claro y además toda la gente me dice que me parezco muchísimo a ti! Sus palabras fueron bastante claras, aunque la expresión que hicieron cuando les hice las preguntas fue lo mejor que me pudo haber pasado en ese momento. No cabía la menor duda, ¡sabían que era su Mamá! Que alivio y gusto sentí al escuchar esas respuestas, ¡Lloré de gusto por saber que ellos estaban seguros que yo era su Mamá, que maravilla!!
Por muchos años viví un secreto, una mentira. Mis Papás me ocultaron una parte importantísima de mi historia y no los culpo, de hecho, los entiendo. A veces pienso que me quisieron proteger de todos los prejuicios que había en torno a la adopción, tal vez, de la gente que se refiere de manera muy despectiva de los niños que han sido adoptados. No se que fue lo que ellos pensaron para tomar esa decisión, no tuve la oportunidad de hablarlo con ellos, me enteré de todo cuando ellos ya habían fallecido. Yo siempre voy a amar a mis papás, sin embargo, haber sido abandonada al nacer y haber vivido en una mentira afectó muchísimo en: la confianza en mi misma y en los demás; mi capacidad para dar y recibir amor y, la angustia no me dejaba vivir en paz. A partir de que me enteré de la verdad se empezaron a presentar situaciones muy difíciles en mi vida, entré en depresión y gradualmente fui aprendiendo más detalles de mi origen hasta que llegó el momento en que me rendí... fue entonces que busqué ayuda profesional, terapia. Llegó el momento en el que ya no podía hacerme tonta, tenía que dejar de buscar formas de evadir la situación porque al fin al del día sólo me sentía más mal, tenía esa gran necesidad de terminar con la angustia, el miedo a confiar, a querer y a final de cuentas a amar.
Después de haber vivido esa experiencia de adopción tan hermosa y a la vez tan dolorosa, no me queda duda de que lo mejor es hablar con la verdad de la adopción, ¡desde el primer momento! Ese
niñ@ adoptado tiene una herida muy profunda que puede sanar enfrentando la realidad y hablando siempre con la verdad, claro, poco a poco, siempre de acuerdo a su edad y las preguntas que realice. Ser cuidadosos al contarle los detalles dolorosos, si los hubiera, sin mentiras, sin exagerar o minimizar la situación, siempre hacerlo desde el corazón, incluso, es aconsejable buscar ayuda profesional. Esto es lo que va a ayudar al hij@ adoptivo a tomar su lugar en la vida, a crecer con seguridad, sentirse valorado, acompañado por sus padres en cada paso que de. Enseñarle a respetar a la mujer que lo dejo nacer, a superar el dolor de ese abandono, a entender lo mejor posible que llego a un lugar muy especial a formar una familia en la que ha sido esperado y deseado con mucho amor e ilusión, los padres deben saber que son sus padres pase lo que pase, en las buenas, las malas y las mejores y que todo esto ha sido algo muy bueno, sino es que lo mejor para todos los que integran cada nueva familia que se forma a través de la adopción.
Mónica y Carlos
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